miércoles, 23 de mayo de 2012

Compromiso

“La Zorra y el Chivo en el pozo”
 Cayó, una vez, una zorra en un pozo muy profundo, viéndose obligada a quedar adentro por no poder alcanzar la orilla.
 Más tarde llegó un chivo sediento, y viendo a la zorra le preguntó si el agua era buena.
Ella, ocultando su verdadero problema, se deshizo en elogios para el agua, afirmando que era excelente, e invitó al chivo a descender y probarla donde ella estaba.
 Sin pensarlo saltó el chivo al pozo, y después de saciar su sed, le preguntó a la zorra cómo harían para salir de allí.
 Dijo entonces la zorra: Hay un modo, que sin duda es nuestra mutua salvación.
Apoya tus patas delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos; luego yo subiré por tu cuerpo y una vez afuera, tiraré de ti.
 El chivo le creyó y así lo hizo, la zorra trepando hábilmente por la espalda y los cuernos de su compañero, alcanzó a salir del pozo, alejándose de la orilla al instante, sin cumplir con lo prometido.
Cuando el chivo le reclamó la violación de su convenio, se volvió la zorra y le dijo: ¡Oye socio, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no hubieras bajado sin pensar antes en como salir después! Comprometerse es poner al máximo nuestras capacidades para sacar adelante todo aquello que se nos ha confiado.
El compromiso que se hace de corazón va más allá de la firma de un documento, o un contrato.
 Cuando nos comprometemos es porque conocemos las condiciones que estamos aceptando las obligaciones que éstas conllevan.
 Ser responsable también es tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.
Los valores son la base de nuestra convivencia social y personal.
La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de las relaciones personales. La responsabilidad es valiosa, porque es difícil de alcanzar.
 Antes de comprometerte en algo, piensa primero si podrías salir de aquello, sin tomar en cuenta lo que te ofrezcan extraños.
 La valía de una persona puede medirse por el número de sus vínculos.
Hoy ya nada es importante, es más, hoy nada puede ser trascendente y cuando alguien habla de valores absolutos es tildado de fanático con suma facilidad.
Tampoco se puede sostener el estandarte de la verdad ni pronunciarse con vigor sin ser considerado un fundamentalista.
La libertad, el compromiso moral y la verdad son extrañas compañeras de viaje.
Los caminantes del siglo XXI son desterrados de la realidad, espectadores de su propia existencia.
 La ausencia de compromiso convierte la elección en una trivialidad.
Cuando la decisión es aleatoria la acción carece de sentido y su prolongación en el tiempo está marcada por la fugacidad.
Pero una vida sin compromiso es una existencia autómata, instintiva, porque es el ineludible compromiso lo que nos configura como personas y lo que nos permite desarrollar una auténtica vida plena, marcada por la libertad que nos abre a realidades trascendentes que sólo puede alcanzar la razón humana.
 La vida misma, esa pregunta inexorable que se halla en nuestro interior, exige el compromiso, alzar la vista hacia el dintel del templo de Delfos y conocernos mediante nuestras elecciones.
La vida es un compromiso con nosotros mismos y con los demás, porque, en cuanto humanos, compartimos un mismo fin que no es aleatorio ni circunstancial, sino real y concreto: la felicidad, esa plenitud de vida .
Por eso, quien no se compromete no puede vivir como un Dios, sino como una bestia, porque no alcanza en su devenir la religación con su destino trascendental

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