lunes, 15 de abril de 2013

Family Game



Por los siglos de los siglos, amen.
Así tendría que terminar, pero esto recién empieza, siempre esta comenzando, es un juego que tarde o temprano jugamos todos y si perdemos, volvemos a empezar, hasta encontrarle la vuelta.
Pobres aquellos, que se rinden ante su complejidad y se dedican a otra cosa.
El adolescente, término de moda en esta edad moderna y quizás existente desde épocas milenarias, tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, tiene una considerable visión crítica de lo que le rodea.
Este ser tan cuestionado, inclusive por si mismo, era y es el comienzo de la base de cualquier sociedad, como la familia.
Aquí es donde empieza, donde se aprende a jugar, donde se comienza a entender la base del juego.
Solos o guiados por nuestros padres, para evitar errores permanentes. 
Eso no tiene por qué ser malo. Puede ser muy positivo. Por supuesto.
Pero para que lo sea realmente, para que esa guía sea positiva, habría que establecer una especie de reglas del juego.
Podríamos intentar resumirlas.
Para que alguien tenga derecho a establecer estas reglas y corregir, tiene primero que ser persona que esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás, y que sea capaz también de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.
Porque si una persona no reconoce nunca, lo que su hijo o su mujer o su marido hacen bien y seguro que harán cosas bien, probablemente más que las que hacen mal
¿con qué derecho podrá luego corregirlos cuando fallen?
El que nada positivo encuentra en los demás, tiene que replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.
Ha de corregirse por cariño. Tiene que ser la crítica del amigo, no la del enemigo.
Y para eso, tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin apasionamiento.
Tiene que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tampoco debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la propia responsabilidad en lo que se va a corregir.
Cuando algo marcha mal en la familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de falta.
Además, cuando uno se siente co responsable de un error, corrige de forma distinta, porque corrige desde dentro, comenzando por el reconocimiento del propio pecado.
Y el corregido lo entenderá mucho mejor, porque empezamos por compartir su error con el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino como una ayuda desde dentro.
Es que la crítica destructiva, es tan fácil, como difícil es la constructiva.
Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan decir unos a otros las cosas con normalidad.
Que los agravios o los enfados no se queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.
La forma de llevar a cabo la corrección, ha de ser cara a cara, pues no hay nada más sucio, que la murmuración o la denuncia anónima del que tira la piedra y esconde la mano.
Debe hacerse a la persona interesada y en privado; si no, suele ser contraproducente.
Sin comparar con otras personas, nada de "aprende de tu primo, que saca tan buenas notas", o "del vecino de arriba que es tan educado...";
Con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones: hay que presuponer buena voluntad, no hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues de lo contrario, juzgamos con una frivolidad que espanta.
Corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone hacer méritos para ser injusto: recuerda aquello de que el bien debe ser supuesto, el mal debe ser probado, y eso otro de oír la otra campana, y saber quién es el campanero...;
La corrección debe ser específica y concreta, no generalizadora; sabiendo centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de palabras como siempre, nunca...;
Hay que hablar de una o dos cosas cada vez, porque si acumulamos una larga lista, parecerá una enmienda a la totalidad, más que un deseo de ayudar.
No ser reiterativos, hay que dar tiempo para mejorar, lo excesivo se vuelve contraproducente.
Saber elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero esperando a estar —los dos—para hablar y escuchar tranquilos: si uno está nervioso o afectado por un enfado, quizá sea mejor esperar, porque de lo contrario probablemente se estropeen más las cosas en vez de arreglarse.
Poniéndose en lugar del otro, haciéndose cargo de sus circunstancias, procurando como dice el refrán, calzar sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto.
Incluso veremos que muchas veces es mejor callarnos, hay quien dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas, penas y sufrimientos suficientes como para desarmar toda nuestra hostilidad.
La mejor enseñanza es el ejemplo, no podes enseñar un juego que no practicaste, no podes competir con un adolescente, te gana en salud, te gana en impulsividad, te gana en juventud, te gana con sus ganas de ganar, solo esta a tu favor, la experiencia de haber jugado este juego antes y conocer sus trucos.


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