Por los siglos de los siglos, amen.
Así tendría que terminar, pero esto recién empieza,
siempre esta comenzando, es un juego que tarde o temprano jugamos todos y si
perdemos, volvemos a empezar, hasta encontrarle la vuelta.
Pobres aquellos, que se rinden ante su complejidad y
se dedican a otra cosa.
El
adolescente, término de moda en esta edad moderna y quizás existente desde
épocas milenarias, tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo, tiene una
considerable visión crítica de
lo que le rodea.
Este
ser tan cuestionado, inclusive por si mismo, era y es el comienzo de la base de
cualquier sociedad, como la familia.
Aquí
es donde empieza, donde se aprende a jugar, donde se comienza a entender la
base del juego.
Solos
o guiados por nuestros padres, para evitar errores permanentes.
Eso no tiene
por qué ser malo. Puede
ser muy positivo. Por supuesto.
Pero
para que lo sea realmente, para que esa guía sea positiva, habría que
establecer una especie de reglas del juego.
Podríamos
intentar resumirlas.
Para
que alguien tenga derecho a establecer estas reglas y corregir, tiene primero
que ser persona que
esté capacitada para reconocer lo bueno de los demás, y que sea capaz también
de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez en cuando.
Porque
si una persona no reconoce nunca, lo que su hijo o su mujer o
su marido hacen bien y seguro que harán cosas bien, probablemente más que las
que hacen mal,
¿con qué derecho podrá
luego corregirlos cuando fallen?
El
que nada positivo encuentra en los demás, tiene que replantear su vida desde
los cimientos: algo en él no va bien, tiene una ceguera que le inhabilita para
corregir.
Ha
de corregirse por cariño. Tiene
que ser la crítica del amigo, no la del enemigo.
Y
para eso, tiene que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento.
Tiene
que ser cuidadosa, con el mismo primor con que se cura una herida, sin ironías
ni sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tampoco
debe darse la corrección sin antes hacer examen sobre la propia responsabilidad en lo que se va a corregir.
Cuando
algo marcha mal en la familia, casi nunca nadie puede decir que está libre de
falta.
Además,
cuando uno se siente co responsable de un error, corrige de forma distinta, porque
corrige desde dentro, comenzando por el reconocimiento del propio pecado.
Y el
corregido lo entenderá mucho mejor, porque empezamos por compartir su error con
el nuestro, y no lo verá como una agresión desde fuera sino como una ayuda
desde dentro.
Es
que la crítica destructiva, es tan fácil, como difícil es la constructiva.
Resulta
muy eficaz que en la familia haya fluidez en la corrección, que se puedan decir
unos a otros las cosas con normalidad.
Que
los agravios o los enfados no se queden dentro de los corazones, porque ahí se
pudren.
La
forma de llevar a cabo la corrección, ha de ser cara a cara, pues no hay nada
más sucio, que la murmuración o la denuncia anónima del que tira la piedra y
esconde la mano.
Debe
hacerse a la persona interesada y en privado; si no, suele ser
contraproducente.
Sin
comparar con otras personas, nada de "aprende de tu primo, que saca tan
buenas notas", o "del vecino de arriba que es tan educado...";
Con
mucha prudencia antes de juzgar las intenciones: hay que presuponer buena
voluntad, no hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues de lo contrario,
juzgamos con una frivolidad que espanta.
Corregir
sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone hacer méritos para ser injusto:
recuerda aquello de que el bien debe ser
supuesto, el mal debe ser probado, y eso otro de oír la otra campana, y saber quién es el campanero...;
La
corrección debe ser específica y concreta, no generalizadora; sabiendo
centrarse en el tema, sin exageraciones, sin superlativos, sin abusar de
palabras como siempre, nunca...;
Hay
que hablar de una o dos cosas cada vez, porque si acumulamos una larga lista,
parecerá una enmienda a la totalidad, más que un deseo de ayudar.
No
ser reiterativos, hay que dar tiempo para mejorar, lo excesivo se vuelve contraproducente.
Saber
elegir el momento para corregir o aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero
esperando a estar —los dos—para hablar y escuchar tranquilos: si uno está nervioso
o afectado por un enfado, quizá sea mejor esperar, porque de lo contrario
probablemente se estropeen más las cosas en vez de arreglarse.
Poniéndose
en lugar del otro, haciéndose cargo de sus circunstancias, procurando como dice
el refrán, calzar sus zapatos antes de
juzgar.
Actuando
así, se corrige de modo distinto.
Incluso
veremos que muchas veces es mejor callarnos, hay quien dijo que si pudiéramos leer
la historia secreta de nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas, penas y
sufrimientos suficientes como para desarmar toda nuestra hostilidad.
La
mejor enseñanza es el ejemplo, no podes enseñar un juego que no practicaste, no
podes competir con un adolescente, te gana en salud, te gana en impulsividad,
te gana en juventud, te gana con sus ganas de ganar, solo esta a tu favor, la
experiencia de haber jugado este juego antes y conocer sus trucos.
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bueno, espero formes tu propia opinión y si es probable, e la cuentes brevemente, gracias.