En vez
de llamarse "El Regreso del Hijo Pródigo", muy bien podría haberse
llamado "La Bienvenida
del Padre Misericordioso". Se coloca menos significado en el hijo que en
el padre. La parábola es en realidad una "Parábola del Amor del
Padre". Pocas veces el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma
tan conmovedora. La luz interior, el fuego del amor que se ha fortalecido a
través de los sufrimientos de tantos años, arde en el corazón del padre que da
la bienvenida al hijo que ha vuelto a casa.
Su
mirada es una contemplación eterna, una ojeada que alcanza a toda la humanidad.
Es un vistazo que comprende el extravío de las mujeres y de los hombres de
todos los tiempos y lugares, que conoce con inmensa compasión el sufrimiento de
aquellos que han elegido alejarse de alguna forma, que han llorado mares de
lágrimas al verse atrapados por la angustia y la agonía. El corazón del padre
arde con un deseo inmenso de llevar a sus hijos a la seguridad de su casa.
Cuánto
hubiera deseado hablar con ellos, advertirles de los peligros que les
acechaban, y convencerlos de que en casa podían encontrar todo lo que estaban
buscando en otros lugares. Cuánto le hubiera gustado salvarlos con su autoridad
paterna y tenerlos cerca para que nada malo les ocurriera.
Pero su
amor es demasiado grande para hacer nada de esto. No puede forzar, obligar o
empujar. Da libertad para rechazar ese amor o para responder a él. La
inmensidad del amor eterno es precisamente fuente de divino sufrimiento. Dios,
creador de cielo y tierra, ha elegido ser, primero y por encima de todo, un
Padre.
Como
Padre, quiere que sus hijos sean libres, libres para amar. Esa libertad incluye
la posibilidad de que se marchen de casa, de que vayan a un país lejano, y de
que allí lo pierdan todo. El corazón del Padre conoce todo el dolor que traerá
consigo esta elección, pero su amor no le deja impedírselo. Como Padre, quiere y
necesita que los que estén en casa disfruten de su presencia y de su afecto.
Pero sólo quiere ofrecer amor que pueda ser recibido libremente. Sufre cuando
sus hijos le honran con sus labios pero sus corazones están lejos (Mt 15,8; Is
29,13). Conoce sus lenguas engañosas y corazones desleales (Salmo 78,36-37),
pero no puede hacer que le quieran sin perder su verdadera paternidad.
Como
Padre, la única autoridad que reclama para sí es la autoridad de la compasión.
Esa autoridad le viene de permitir que los pecados de sus hijos penetren en su
corazón como lo hizo Jesús. No hay lujuria, codicia, ira, resentimiento, celos
o venganza en sus hijos perdidos que no le haya causado un dolor inmenso. El
dolor es tan profundo porque el corazón es muy puro. Desde ese profundo lugar
donde el amor abraza todo el dolor humano, el Padre llega a sus hijos. El
contacto de sus manos, que irradian luz interior, sólo busca curar.
Aquí
está el Dios en el que quiero creer: un Padre que, desde el comienzo de la
creación, ha extendido sus brazos en una bendición llena de misericordia, sin
forzar a nadie, pero siempre esperando; sin dejar que sus brazos caigan, que
sus hijos vuelvan para poder hablarles con palabras de amor y para dejar que
sus brazos cansados descansen en sus hombros. Su único deseo es bendecir.
En
latín, bendecir se dice benedicere, que literalmente quiere decir: decir cosas
buenas. El Padre quiere decir, más que con su voz con su contacto, cosas buenas
de sus hijos. No quiere castigarles, solo mostrarles la circunstancias de sus
actos. Ya han recibido demasiados castigos con sus caprichos. El Padre quiere
simplemente que sepan que el amor que han estado buscando por las vías más
variadas ha estado, está, y siempre estará allí para ellos. El Padre quiere
decir más con sus manos que con su boca: Tú eres mi amado, en ti descansa mi
favor. El es el pastor que apacienta a su rebaño, lleva en brazos los corderos
y conduce con delicadeza a las recién paridas. (Is 40,11).
Dios
vive en nosotros, los que somos y seremos padres, en nuestro interior existe
este sentimiento incomprendido por tantos o mal entendido por algunos. Pero
bien sabemos que ese es nuestro oficio y nuestro destino hasta que ellos se
encuentren en el mismo sitio y comiencen a sentir tan profundo como nosotros.
Saludos
a todos los papis y mamis del mundo.