viernes, 7 de junio de 2013

Padres


En vez de llamarse "El Regreso del Hijo Pródigo", muy bien podría haberse llamado "La Bienvenida del Padre Misericordioso". Se coloca menos significado en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una "Parábola del Amor del Padre". Pocas veces el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. La luz interior, el fuego del amor que se ha fortalecido a través de los sufrimientos de tantos años, arde en el corazón del padre que da la bienvenida al hijo que ha vuelto a casa.
Su mirada es una contemplación eterna, una ojeada que alcanza a toda la humanidad. Es un vistazo que comprende el extravío de las mujeres y de los hombres de todos los tiempos y lugares, que conoce con inmensa compasión el sufrimiento de aquellos que han elegido alejarse de alguna forma, que han llorado mares de lágrimas al verse atrapados por la angustia y la agonía. El corazón del padre arde con un deseo inmenso de llevar a sus hijos a la seguridad de su casa.
Cuánto hubiera deseado hablar con ellos, advertirles de los peligros que les acechaban, y convencerlos de que en casa podían encontrar todo lo que estaban buscando en otros lugares. Cuánto le hubiera gustado salvarlos con su autoridad paterna y tenerlos cerca para que nada malo les ocurriera.
Pero su amor es demasiado grande para hacer nada de esto. No puede forzar, obligar o empujar. Da libertad para rechazar ese amor o para responder a él. La inmensidad del amor eterno es precisamente fuente de divino sufrimiento. Dios, creador de cielo y tierra, ha elegido ser, primero y por encima de todo, un Padre.
Como Padre, quiere que sus hijos sean libres, libres para amar. Esa libertad incluye la posibilidad de que se marchen de casa, de que vayan a un país lejano, y de que allí lo pierdan todo. El corazón del Padre conoce todo el dolor que traerá consigo esta elección, pero su amor no le deja impedírselo. Como Padre, quiere y necesita que los que estén en casa disfruten de su presencia y de su afecto. Pero sólo quiere ofrecer amor que pueda ser recibido libremente. Sufre cuando sus hijos le honran con sus labios pero sus corazones están lejos (Mt 15,8; Is 29,13). Conoce sus lenguas engañosas y corazones desleales (Salmo 78,36-37), pero no puede hacer que le quieran sin perder su verdadera paternidad.
Como Padre, la única autoridad que reclama para sí es la autoridad de la compasión. Esa autoridad le viene de permitir que los pecados de sus hijos penetren en su corazón como lo hizo Jesús. No hay lujuria, codicia, ira, resentimiento, celos o venganza en sus hijos perdidos que no le haya causado un dolor inmenso. El dolor es tan profundo porque el corazón es muy puro. Desde ese profundo lugar donde el amor abraza todo el dolor humano, el Padre llega a sus hijos. El contacto de sus manos, que irradian luz interior, sólo busca curar.
Aquí está el Dios en el que quiero creer: un Padre que, desde el comienzo de la creación, ha extendido sus brazos en una bendición llena de misericordia, sin forzar a nadie, pero siempre esperando; sin dejar que sus brazos caigan, que sus hijos vuelvan para poder hablarles con palabras de amor y para dejar que sus brazos cansados descansen en sus hombros. Su único deseo es bendecir.
En latín, bendecir se dice benedicere, que literalmente quiere decir: decir cosas buenas. El Padre quiere decir, más que con su voz con su contacto, cosas buenas de sus hijos. No quiere castigarles, solo mostrarles la circunstancias de sus actos. Ya han recibido demasiados castigos con sus caprichos. El Padre quiere simplemente que sepan que el amor que han estado buscando por las vías más variadas ha estado, está, y siempre estará allí para ellos. El Padre quiere decir más con sus manos que con su boca: Tú eres mi amado, en ti descansa mi favor. El es el pastor que apacienta a su rebaño, lleva en brazos los corderos y conduce con delicadeza a las recién paridas. (Is 40,11).
Dios vive en nosotros, los que somos y seremos padres, en nuestro interior existe este sentimiento incomprendido por tantos o mal entendido por algunos. Pero bien sabemos que ese es nuestro oficio y nuestro destino hasta que ellos se encuentren en el mismo sitio y comiencen a sentir tan profundo como nosotros.

Saludos a todos los papis y mamis del mundo.

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